domingo, 26 de junio de 2011

POEMAS Y VILLANCICOS: A las mismas puertas de Pinarejo

Esta vez los recuerdos me vienen en forma de poesía y me traen nostalgia. Lo que viene a continuación es un poema que destila sólo, esa es mi intención, notas de música de una acordeón y retazos de un momento en que el tiempo se convierte en el principal motivo de inspiración. Unas pisadas, un bar, un estanco y un cine son la antesala y el armazón de una historia lejana y cierta en la que el tiempo, medidor de nuestros pasos por la vida, parecía detenerse ya que un día era igual a otros días en aquel Pinarejo de bailes en las fiestas, toros, mojetes, jamón, chorizos, matazón y queso.

DE AQUELLOS TIEMPOS

Se abría y cerraba en varios tiempos
aquel un pulmón, que lo fuera,
ebrio hasta el último poro de aire
y gritaba de tal forma
como si dentro de su estomago vacío
tuviera una jauría de gatos fieros
pidiendo a maullidos desconsolados
raspas y cabezas de sardinas
con las que saciar su hambruna
llamada en términos coloquiales
notas musicales de afinada acordeón.

Y era la musiquilla
convertida en melodía imperecedera
la que nos hacia los inviernos menos fríos
y los veranos más soportables
en aquellos días de un pueblo sometido
a la voz de un amo
al que la radio anunciaba
como el salvador eterno
de una patria consolidada
sobre multitud de labios sellados,
muchos desaparecidos y muertos,
y una letanía incontable
de tristes y amargos recuerdos.

Sólo era música celeste lo que se oía
desde “La Carrera” a “La Solanilla”
cuando ya con el andar ligero
se emprendía el regreso a casa
y dejabas tras de sí
los ecos de los pasos
perdidos entre las brumas
alrededor de un frío tremendo
cada vez más manifiesto
que bajaba por la cuesta del cementerio
como queriendo decir
déjame entrar en tú casa amigo
que allí entre blancas paredes
y tantos silencios eternos
cada día que paso
un poco más me he venido muriendo.

Y quedaban allí a la entrada del pueblo
el bar de Joaquín en la Carrera
que era como un oasis
para los peregrinos y los sedientos,
el cine de Manuel Illán destartalado y viejo
con su estufa de leña en medio,
y el estanco con olor a tabaco de hebra y aromas habaneros,
haciendo desde siempre de fieles serenos
y de amables guías de todos aquellos forasteros
que se acercaban hasta el pueblo
llamados por un canto mágico de sirenas
que anunciaba a las mismas puertas de Pinarejo
la muerte por aburrimiento del hermano tiempo

José Vte Navarro Rubio

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