volaba sobre la autopista
ya la ciudad perdida
tras los huertos, mar, en la lejanía.
Vasta geografía
de pueblos se dejan ver si se mira
hacia esos lugares
donde todavía habitan
seres humanos que dedican su vida
a propagar su existencia hasta que el cuerpo resista.
Araña el viento
el eco de apagadas preguntas
que llegan sin música
hasta el parabrisas del coche
en el cual mis pensamientos circulan.
Recuerdo que allí había una curva
ahora ya por el progreso comida
y que más adelante florecían
campos de vides secas para cuando regresaba
y verdes para cuando me iba.
Dormita el copiloto,
confía,
en que la mañana sea tranquila
en la alta sierra
de trincheras abandonadas e historias de ellas escritas,
como si el frente estuviera dispuesto
para comenzar alguna guerra jodida.
Por Mora y Rubielos, por la Virgen de la Vega el frío rompe su melancolía
y llega con sonidos a ruidosas músicas
sin necesidad de castañuelas
y sin necesidad de mirar la temperatura
en el móvil que descansa sobre la tapicería
del asiento trastero,
tal inanimado pasajero que de vez en cuando nos ánima con su melodía.
Se llega sin prisas
al lugar de la cita
con los pinos, olmos, carrascas y encinas
para cuando las nubes avanzan como si fueran rebaño de ovejas buscando su rancho, comida.
Se abre la senda
como si fuera la cremallera de una camisa
y se avanza
desde la cercana geografía conocida
hasta allí donde el bosque se convierte en un laberinto con muchas entradas y salidas.
La cesta casi vacía
te recuerda que estás allí para recolectar setas
pero esta sin lugar a dudas es la escusa,
que das
pues solo necesitas respirar para saber que hay otras vidas más tranquilas
allí donde la vida es tan sencilla como la de esas hormigas
que viven en su hormiguero solo preocupadas por llenar sus alacenas de comida.
Autor: Jose Vicente Navarro Rubio
No hay comentarios :
Publicar un comentario