domingo, 15 de mayo de 2016

SAN ESTEBAN DEL VALLE UN PUEBLO QUE QUITA EL HIPO A POCO QUE DE ÉL SE ESCRIBA

¡Ay! de los nuégados de nuez molida
si aun viviera Pedro Butista
en ese almacén de coloniales
con su patio de verano
y alta viguería, 
faroles y lamparillas,
artesonado de maderas nobles,
y cueva sin más alternativa
que su tina de pisa
y vino a punto
tras cruzar su comedor
con su arco parador, alacena antigua
y llegar a un patio en el que el alma se reaviva
como si las ristras de pimiento hubieran estado allí toda la vida.

Sobre suelos de barro 
y doseles de forja ¡que altiva!
la posada crece y se llega entre recuerdos llenos de buena grima
a unas estancias donde el sueño es casi una caricia
conforme se abren a la plaza que las cautiva,
y se reanima
el duende que duerme en los armarios
entre cestitas con chocolatinas
como en los tiempos de nuestras abuelas en que se hilaban cuentos entorno al fuego 
que daba vida.

En pleno valle de Tiétar,
las Cinco Villas
entre castillos de Duques
cuevas con estalagmitas
y calzada romana que invita
a subir hasta las alturas,
donde las cabras montesas,
buitres y águilas se sienten protegidas
en ese macizo de los Galayos que nos sirve de ruptura
con todo aquello que hacemos por rutina.

Ya de vuelta un vino de pitarra
en San Esteban del Valle
es antesala a una cena o comida muy merecida
con sopa de ajo y carillas,
cabritillo o tal vez migas,
leche frita y perunillas, con los que adornar el día
y así se llega que alegría
a hacer amigos y amigas, donde nadie se lo imagina.

Autor: Jose Vicente Navarro Rubio

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