La casa en la que nací
fue el lugar de aquellos juegos divertidos,
infancia asomada a unos ojos,
la casa en ellos introducidos.
Así la vida de uno se fragmenta
como el vidrio
al romperse contra el suelo con su característico sonido,
a huesos quebrados
a golpe de martillo.
En esa casa la muerte dejó de tener un sitio.
Sola la casa ahora
reclama su difunto.
Casas sin vida y muerte
no son casas,
pues en ellas no se oyen los gritos
de bienvenida ni de despido.
Autor: Jose Vte. Navarro Rubio
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