A veinte leguas,
desde El Cañabate
y Cañada Juncosa,
llega
un caballero armado
que mira y contempla
un castillo-fortaleza
que a lo lejos parece
casi una discoteca.
¿Qué es aquello
que veo sobre mis almenas?
¿Dónde está la marquesa?
El sol refleja
el cuerpo brillante del acero,
la espada en la mano le tiembla,
por ser caballero
y vivir
siempre entre guerras
solo en la cabeza
lleva
la imagen de su amada
y el recuerdo de la grandeza
que es su castillo con sus tierras.
La mano de cualquiera,
el trovador cantaba,
es una mano que si te toca te deja
tan helado y frío
como si fueras
la losa de una tumba
y dentro de ella
la amada a la que quieres,
aquella
que sin ser tuya era
lo que más amabas y lo que más querías sobre la superficie de la tierra.
Tanto él
que ya se acerca
como el castillo
que les espera
no son
más historia cierta
que un cuento
que finaliza
cuando ya sobre la puerta
te encuentras
con que la barbarie de quienes reinan
hacen de las piedras
lo que por aquí se llama casi una paella.
Le sobra hierro
al castillo
tanto le sobra
que con el se podría haber construído un centenar de aldeas
todas ellas
con sus ventanales de acero
y también sus `puertas.
Le falta
el cuerpo
que es la esencia
pues sin el no hay
Dios que entienda
de que va esta historia
y el por qué
de esas piedras
tan despeinadas a los vientos que pasan por las eras
desde siempre
¿quizás sepas?
que en Garcimuñoz
vivió un Rey que reino más de lo que nadie piensa
Autor: Jose Vte. Navarro Rubio
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