Me he dispuesto a escribir un poema
sobre lo que tocamos,
vemos y oímos.
Un poema en su punto álgido,
que solo sea
lo que el quiere que yo sea,
ya que me quiero convertir
durante unos instantes
en parte de un verso
de letras bien servido
Me quiero ver libre
y atado al mismo tiempo
a unos minutos de inspiración.
Quiero ser solo eso,
lo poco que se puede hablar,
el poeta lleno de letras
para así poder ser leído.
La tarde está ya huérfana
de invierno duro
y hasta ella ha llegado la primavera
y un poema inquieto me requiere
y traslada hasta allí
donde más que el poeta
soy yo el que se debe dejar
llevar por la poesía.
No es extraño a esto que hago
el decir que mis constantes son normales,
que la sangre me riega el cerebro,
que he andado lo suficiente
como para poder descansar
toda una semana.
Es verdad me he llenado de amor
sin derramar una sola gota
y que por encima de todo espero
que lo que quede de día
sea ejercitando de este juego,
que no se realmente
hasta donde me podrá llevar.
Ya me siento de todo un poco,
verso, trama,
ritmo, estrofa,
y así me leo:
"Amo todo lo que quiero
con la intensidad
de un pájaro carpintero,
usando de su pico para entrar
en el tronco de un árbol
por el que corre la vida.
Se agitan las ramas de este árbol
al paso del viento,
sin más ni menos
que la presencia de un lucero,
todavía sumergido
en sus nieblas.
Sigo en este empeño del poema
que me obliga a dar un giro
a este escrito,
para decir ahora,
que en la selva
donde habitan las termitas,
los osos hormigueros se alimentan
de las larvas que pillan
y el pequeño lince
que he visto en una fotografía,
puede ser que descanse ya
eternamente entre sueños.
Por aquí todo marcha,
en paz estamos
en esta parte del mundo,
entre olores a miedo,
en mitad de un tiempo
no cuantificado en intensidad
ni medido con reloj alguno.
Y a pesar de ello las guerras quedan
a una distancia propicia
para que nos caigan encima
miles de misiles balísticos.
Sólo se sufre
cuando las escenas de dolor
se huelen y mascan
y esto lo hacemos de continuo
a través de los medios de comunicación,
entre signos de pasividad
de quienes dicen que velan
por la seguridad de este
nuestro pequeño mundo.
Me creo lo que escribo,
pues no hace falta
de más palabras
para demostrar
que todo es posible,
si es que hay aliento
y este sale de nuestras bocas.
En esto no rehuyó
el contacto directo
con lo otro,
el formalismo comestible,
el que gusta
y se agarra a nuestros cuerpos,
al igual que lo hacen las garrapatas
para alimentarse de su invitado de lujo.
Le he preguntado al poema
si puedo parar
y me ha dicho que lo haga
si es que quiero volver a mí rutina
y en esto lo hago,
para que todo
vuelva a ser como era hace unos minutos.
Autor: José Vicente Navarro Rubio